Desde un principio la legión romana había nacido como una unidad compuesta exclusivamente por ciudadanos romanos, generalmente 4.200 infantes y 300 jinetes que constituían la unidad regular romana.

Más tarde, Roma extendió su hegemonía política sobre los pueblos del centro y sur de la península itálica, encontrando en ellos una reserva inagotable de hombres para incorporar a sus legiones. Estos pueblos, entre los que destacaban latinos, lucanos, marsos y samnitas, se convirtieron por medio de tratados en aliados del pueblo romano, creando la confederación itálica y obligándose desde ese momento a servir a los ejércitos romanos.

Al carecer de la ciudadanía romana, los nuevos contingentes no fueron ensamblados en las unidades regulares romanas, las legiones, sino en unidades especiales “alae”, dos por legión, y en una unidad de élite que se conoció con el nombre de “Extraordinarii”.

Desde ese momento, Roma descargará sobre ellos un servicio cada vez menos atractivo para las capas altas de la sociedad romana, sobre las que descansaba esa carga. Pero mientras el reclutamiento de la infantería aliada se hizo en número igual al de ciudadanos romanos, el de la caballería se multiplicó por tres.

 

Polibio, en sus relatos de las guerras púnicas, señala alguno de los quehaceres de la vida en campaña de estos aliados. Su reclutamiento era similar a los del resto de la legión. Cada año el primer cónsul de Roma, de acuerdo con el Senado, establecía aquellas ciudades aliadas obligadas a reclutar hombres para las legiones. Realizada la leva por los magistrados de cada ciudad y, tomado el juramento, se enviaban a Roma al frente de un comandante y cuestor. Una vez allí, tres prefectos romanos por legión se hacían cargo del contingente aliado. Uno de los prefectos escogía para sí una tercera parte de los mejores jinetes y una quinta de la infantería para formar los “Extraordinarii”. Los otros dos se repartían los hombres restantes para las alas izquierda y derecha de la legión.

Reunidos todos, romanos y aliados, los tribunos daban la orden de construir el campamento.Para esta tarea, los “Extraordinarii”, junto al resto de los aliados, eran los encargados de construir la fosa y la estacada de los dos lados en que acampaban, bajo la supervisión general de sus prefectos. A éstos correspondía además la potestad de imponer multas, tomar cosas en prenda y mandar azotar, sobre todo por mentir a un oficial, robar, o hacer un mal uso del cuerpo.

Terminado el campamento, los “Extraordinarii” se situaban a cada uno de los lados de las tiendas de los tribunos, frente al praetorium y el quaestorium, donde se encontraban el cónsul y el cuestor. Formando así el círculo de defensa más cercano a los tribunos, y constituyéndose como su escolta personal. Se trata, dice Polibio, “que no se limiten a acampar en las proximidades del cónsul, sino que, además, durante las marchas o cuando se emprende cualquier operación, atiendan a sus órdenes, o las del cuestor”.

Ya en marcha, los “Extraordinarii” formaban generalmente en vanguardia, salvo que se temiera un ataque desde atrás, en cuyo caso se situaban en la retaguardia.

 

Cuando a comienzos del siglo I a.C., Cayo Mario inicia una profunda reforma del ejército romano, sólo él, será capaz de ver la grandeza de Roma fuera de sus murallas. Su propuesta al Senado para conceder la ciudadanía romana plena a los aliados fracasó. Pero unos años más tarde, tras la guerra social que libraron romanos y aliados, Roma no tuvo más remedio que acceder a sus peticiones. Desaparecida así la desigualdad, los “Extraordinarii” carecían ya de sentido, ellos y las antiguas “alae” se convirtieron en legiones de pleno derecho.

En cuanto al papel desarrollado en nuestra ciudad, los “Extraordinarii” tomaron parte activa en las contiendas contra los cartagineses y fueron los encargados de abrir paso a los ejércitos romanos en la toma de la ciudad de Carthago Nova. Así, cuando Escipión decidió cortar las comunicaciones terrestres, envió a los “Extraordinarii”, mientras la marina hacía lo propio por mar. Luego, el general comenzó a hostigar a la ciudad avanzando con sus legiones a cuyo frente se encontraban los “Extraordinarii”. Siendo éste un cuerpo de élite, eran expertos en las formaciones de defensa y ataque. Se utiliza una unidad móvil acorazada, la “tortuga”, para aproximarse a las murallas enemigas. En otras ocasiones, adoptaban la formación en cuña, “cabeza de cerdo”, con el fin de dividir en dos al enemigo.

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